Entre los muchos destrozos provocados por los ideólogos y los políticos del independentismo figura en lugar destacado por su gravedad la continuada corrupción del concepto de democracia.

No se les cae de la boca el elogio de la democracia propia, acompañado de la denigración de la española. Neus Munté, portavoz del Govern de la Generalitat, no da puntada sin hilo de democracia. Solo ellos encarnan la democracia; el mandato demócrata --supuestamente recibido-- legitima la ruptura de la legalidad constitucional; la democracia española ha enfermado; todo demócrata debe apoyar la celebración de un referéndum (de autodeterminación); la UE está obligada a escuchar al independentismo por la democracia que la fundamenta...

Vale la pena transcribir un párrafo del comunicado de reacción del Govern a la sentencia del Tribunal Constitucional que anula la resolución del Parlament del 6 de octubre de 2016, por lo esclarecedor sobre su concepción de la democracia: "No hay ninguna resolución de ningún tribunal que pueda alterar un planteamiento democrático tan sólido como la celebración de un referéndum". Más claro imposible. Niegan frontalmente la separación de poderes, institución esencial de la democracia, tan esencial que sin ella no hay democracia.

Después de la hegemonía ideológica independentista habrá que reconstruir, al menos en el ámbito cultural catalán, entre otras cosas destrozadas, el significado y los fundamentos de la democracia

El reciente manifiesto de un grupo de reconocidos juristas catalanes, El Derecho, al servicio de las libertades, ignorado por el mundillo ideológico independentista y, lamentablemente, poco divulgado por los medios de comunicación, en cinco apartados que no tienen desperdicio desmonta de manera insuperable --por lo que me permitiré sintetizarlos-- las falsedades sobre la democracia que el independentismo ha difundido: "No hay auténtica democracia fuera del Estado de Derecho y del imperio de la ley. [...] Se vienen utilizando, en el debate público, términos y conceptos jurídicos sin el mínimo rigor exigible. [...] Cuestionar los fundamentos del Estado de Derecho, menospreciando a los órganos encargados de aplicar las leyes, [...] no es en ningún caso una opción lícita ni legítima. [...] La plena garantía de los derechos y libertades de los ciudadanos, en el marco de la Unión Europea, únicamente es posible desde el respeto al ordenamiento jurídico de la Unión y de sus Estados miembros. [...] En consecuencia, debemos exigir que el debate público [...] se desarrolle en el marco del necesario respeto a las leyes y a las decisiones de los tribunales". Frente a tanta claridad y rigor, los disparates de las medias verdades y de las  ampulosas mentiras del ex juez Santi Vidal.

Ni siquiera les avergüenzan las propias contradicciones dialécticas. El presidente Carles Puigdemont en la sesión solemne en ocasión de los actos del día de San Raimundo de Peñafort, santo patrón de los juristas, soltó ante el ministro de Justicia: "Sin independencia judicial no hay justicia y sin justicia no puede haber Estado de Derecho". Justo lo contario de lo que sostienen, dicen y hacen.

Semejantes falsedades, tergiversaciones, derivas y demás atentados dialécticos y de hecho contra la democracia resultan insultantes tanto para la teoría general de la democracia  --debería sugerírseles la lectura y meditación de ¿Qué es la democracia?, de Giovanni Sartori, un lúcido ensayo que, ilustrándoles, podría ahorrarles cantinfladas y desatinos-- como para, en última instancia, la misma inteligencia.

Después de la dictadura, en la Transición hubo que construir el relato de la democracia. Después de la hegemonía ideológica independentista habrá que reconstruir, al menos en el ámbito cultural catalán, entre otras cosas destrozadas, el significado y los fundamentos de la democracia.