Cuando Franco encabezó el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 tenía sólo 43 años. Era bajo, con una voz débil, un rostro inexpresivo y una personalidad anodina. Era un firme defensor de los valores tradicionales de buena parte de la sociedad española de aquellas primeras décadas del siglo XX: conciencia católica y concepción tradicional de la familia, sentido del orden y de la autoridad, y sentimientos nacionalistas. Rechazaba la política y, en concreto, cualquier parlamentarismo que no fuera orgánico. Eso sí, creía firmemente en los referéndums, incluso convocó algunos para que le diesen la razón. Por eso se realizaron en un contexto de coacción psicológica, de ausencia de libertades y sin transparencia informativa alguna.

Ahora que algunos jóvenes nacionalistas han sacado a Franco otra vez a la calle con carteles de dudoso gusto, olvidan que estas alusiones a un dictador sólo halagan a los que siguen defendiendo regímenes autoritarios o totalitarios. Acudir al Caudillo para incitar a la participación el 1-O es de una pobreza mental rayana en el simplismo y la enajenación. La Fundación Francisco Franco se lo ha agradecido, menuda campaña de publicidad gratuita han debido pensar.

Estos independentistas que dicen ser de izquierdas necesitan leer, pero no ensayos maniqueos de literatura de denuncia al estilo Lluc Salellas, sino obras rigurosas escritas por buenos historiadores. Los hay para todos los gustos, en Cataluña y fuera. Se suele citar la voluminosa biografía de Paul Preston como la obra definitiva sobre el dictador, muy documentada está. Pero si hay un ensayo biográfico que resiste el paso del tiempo y une seriedad y calidad literaria, ese es el de Juan Pablo Fusi. De todos modos, se trata de no leer simplezas, que después cuesta mucho quitárselas de la cabeza, como esa matraca del “franquisme que no marxa”. Qué responsabilidad tienen Rajoy, Zapatero, Puigdemont, Lluís Llach… de ser nietos, hijos o sobrinos de franquistas, por poner sólo dos ejemplos de los tantísimos posibles.

Acudir al dictador para incitar a la participación el 1-O es de una pobreza mental rayana en el simplismo y la enajenación

Decía Isaiah Berlin que “todas las naciones atrasadas reflexionan tarde o temprano sobre sí mismas. Las naciones desarrolladas no lo hacen”. Sin duda, Berlin fue uno de los pensadores más brillantes del siglo XX, crítico con los sistemas totalitarios y con el determinismo histórico. En su popular ensayo El erizo y la zorra, no sin cierta ironía y con mucho divertimento, dividió a los pensadores en dos categorías. Los erizos serían los que ven el mundo a través de una sola lente y los zorros serían los que niegan que el mundo se reduce a una única verdad o idea. Pero fue en una entrevista donde formuló una de sus reflexiones más lúcidas e inquietantes sobre una de las creencias más fatales que encierra el ser humano:

“Pienso que cualquier persona que crea en la existencia de una verdad, una sola, y en la existencia de un solo camino hacia ella, en una solución a los problemas que fuera exclusiva, solución que debe forzarse a cualquier costo porque sólo en ella estaría la salvación de su clase, país, Iglesia, sociedad o partido; cualquier persona, repito, que piense de este modo, contribuirá finalmente a crear una situación en la que correrá sangre, la sangre de quienes se le oponen”.

Lean y, en lugar de hacer apología cartelística franquista, reflexionen un poco más. ¿O son ustedes unos erizos que creen que ya no queda tiempo ni para leer ni para pensar ni tampoco para dialogar?