Ya han iniciado la campaña abierta por el referéndum y el sí para mantener la ilusión de que el procés, pese a su estado renqueante, sigue plenamente en forma. Tendremos que soportar una aceleración de la palabrería huera al estilo del tuit de Carles Puigdemont: "Ni autonomismo, ni peix al cove, ni tripartitos. Millones de personas de Cataluña ya lo han entendido y piden el referéndum. Y lo tendrán".

La intoxicación que planea sobre los catalanes merece ser objeto de estudio científico por los teóricos de la ciencia política y los psicólogos de masas. Han conseguido que, según la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión (CEO), más del 70% de los interrogados considere necesario o conveniente la celebración de un referéndum que se presenta sin pregunta, sin fecha, sin garantías democráticas, sin base legal, sin efectos jurídicos... sin sentido. Todo un éxito, si dejamos de lado los daños inferidos a la democracia, el enorme desperdicio de energías y recursos y la obnubilación por fuertes emociones negativas que van desde la división interna en buenos y malos catalanes, en demócratas y no demócratas ("porque soy demócrata, voto referéndum", reza la propaganda) hasta el odio a España.

A remolque de la iniciativa ideológica que han llevado los independentistas, nos hemos entretenido en el procedimiento, en el cómo y en el cuándo del referéndum, olvidando que la substancia reside en el sentido del referéndum, en el porqué y en el para qué. Después de haberlo declarado "pantalla superada" en un momento de euforia, recuperaron el referéndum como acción movilizadora, procediendo a su mitificación dentro del procés hasta convertirlo en una realidad fantaseada, si no por los millones de personas invocados por Puigdemont, sí por cientos de miles de catalanes, unos fanatizados, otros engañados, la mayoría ignorantes.

Una táctica del populismo consiste en poner el reto muy alto y después, hecha evidente la imposibilidad de alcanzar el objetivo, cargar la culpa a la felonía de los oponentes y excusarse en los imponderables de la realidad

El tonto pudor de lo políticamente correcto y el malentendido respecto a la opinión popular han impedido preguntarse cuántos de esos cientos de miles han reflexionado por su cuenta, al margen de las falacias de la intoxicación ("España nos roba", "el Estado nos oprime"...), sobre el porqué hemos de celebrar un referéndum en Cataluña y sobre el para qué, al margen de los imaginarios beneficios de una independencia fantasmagórica, sacralizada, que ni los propios ideólogos del independentismo son capaces de explicar con un mínimo de rigor. Oriol Junqueras acaba de pontificar sobre la posibilidad de declarar la independencia de manera unilateral sin molestarse en aportar ningún argumento sobre la necesidad de tal medida, cuyas consecuencias de todo orden siguen ocultándose a los creyentes, incapaces por otra parte de deducirlas. En asunto tan vital para el fututo del individuo y de la colectividad sería mejor más razonamiento que fe.

Una táctica del populismo consiste en poner el reto muy alto y después, hecha evidente la imposibilidad de alcanzar el objetivo, cargar la culpa a la felonía de los oponentes (el Estado, la derecha, la izquierda, la casta... siempre los otros) y excusarse en los imponderables de la realidad. Es lo que van a hacer los dirigentes independentistas cuando en septiembre, o antes, quede claro que el referéndum no se celebrará. Pero esta vez la iniciativa debemos tomarla los partidarios de exigir con la mayor firmeza responsabilidades políticas (y morales) por tanta manipulación de los hechos y de los sentimientos.