A raíz de la Guerra de la Independencia (1808-1814) nace el liberalismo español. La situación grave que se deriva de la misma y los remedios militares y políticos que son necesarios para solventarla se convierten en el escenario más propicio para la aparición de un nuevo ideal: el liberalismo. La convocatoria de Cortes, en 1810, por parte de la Junta Central marca el inicio de la revolución política. El sistema de votación pasa a ser “un diputado, un voto” y, durante los años siguientes, se producen varias declaraciones: libertad de expresión, 1810; abolición de los señoríos, 1811; promulgación de la Constitución de Cádiz, 1812; abolición de la Inquisición, 1813, entre otros.

Pese a ello, la Constitución de Cádiz nunca llegará a cumplirse y en 1814 regresa el rey Fernando VII al trono mediante un golpe de Estado, volviendo al absolutismo.

No será hasta el periodo del Trienio Liberal, de 1820 a 1823, durante el cual debido al pronunciamiento militar de Riego, que se restaura la Constitución de 1812 y se producirá una división de los liberales en las Cortes: doceañistas o moderados y veinteañistas o exaltados.

Sin embargo, en ninguno de ambos periodos, de 1812 a 1814 y de 1820 a 1823, se produjo una Revolución liberal completa ya que no se logró la consolidación del régimen liberal.

Es en el reinado de Isabel II (1833-1868) cuando proliferan dos escuelas liberales distintas en relación a la solución de los problemas que provocan la latiente estabilidad constitucional.

Por un lado, los liberales conservadores culpaban la inexistencia de un sistema de partidos de gobierno como causa principal de la inestabilidad política. Por otro, los liberales progresistas, herederos de los “exaltados” del Trienio Liberal, discrepaban con los conservadores en la medida en que el pacto Corona-Estado debía resultar de un acuerdo entre ambos en el que la nación recuperara sus libertades y la Corona viese disminuidas sus prerrogativas. El proceso de Revolución debería culminar con la creación de un gobierno representativo en el que el binomio nación-representantes se encargaran de la vigilancia de las instituciones y de desempeñar los poderes del Estado y llegaría a su fin con la instauración de un régimen que se sustentara en la soberanía nacional.

Los liberales progresistas a principios del siglo XIX ya afirmaban que el individuo poseería más derechos a medida que fuese reduciéndose la participación de la Corona en la política

Los liberales progresistas durante esta etapa ya afirmaban que el individuo poseería más derechos a medida que fuese reduciéndose la participación de la Corona en la política. Además, en la soberanía nacional defendida, debía permanecer una clara separación entre el Poder Legislativo (las Cortes) del Ejecutivo y de la Corona.

De aquí deriva la constitución del Partido Progresista en 1834, como principal opositor liberal al régimen instaurado por María Cristina de Borbón, que perdurará hasta la Restauración en 1874.

Asimismo, los liberales progresistas lograron acceder al Gobierno en determinadas ocasiones, derivadas todas ellas de pronunciamientos militares: Motín de la Granja de San Idelfonso (1836), durante la Regencia de Espartero (1840-1843) y durante el bienio progresista (1854-1856).

Durante la Restauración española de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX (1874-1931), los únicos brotes de liberalismo progresista los hallamos en el Partido Liberal, creado por Sagasta, que constituyó la alternancia al Partido Conservador (Cánovas) en el marco del sistema bipartidista existente.

A lo largo del siglo XX, el liberalismo progresista fue perdiendo fuerza pues durante la I República se denominan progresistas liberales tanto a los partidos dinásticos como a los no dinásticos. Aún así, la Agrupación al Servicio de la República (que terminó constituyendo un partido político) fue creada por tres liberales progresistas: José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, con el objetivo de construir un nuevo Estado.

En la II República ningún partido político se define como liberal

Contrariamente, en la II República ningún partido político se define como tal.

Durante la dictadura franquista, el liberalismo estuvo mal visto y el vocablo liberal se empleó despectivamente para designar a aquellos contrarios al régimen.

En la transición, y su etapa posterior, destacan pocos personajes liberales progresistas. Aún así, cabe nombrar a Eduard Punset, que formó parte de UCD y más tarde pasó a integrarse en el CDS. Asimismo, también se constituyó el Partido Progresista Liberal, en 1977 que, en 1978, terminó fusionándose con Acción Ciudadana Liberal.

Actualmente, podemos enmarcar a UPyD como partido que se nutre del liberalismo-progresista, fundado por Rosa Díez, Fernando Savater y Carlos M. Gorriarán, y a Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, presidido por Albert Rivera, que apela a “los liberales de Cádiz” para presentarse como alternativa de gobierno en España.

En el resto de Europa, y también fuera de ella, las políticas liberales progresistas han sido adoptadas por varios países, sobre todo tras la II Guerra Mundial. Los partidos políticos que han seguido este tipo de ideologías han tendido a ser considerados de centro. Un ejemplo de ello, a nivel Europeo, lo encontramos en la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa, constituida tras las elecciones europeas de 2004, mediante la coalición del Partido Europeo Liberal Demócrata Reformista y el Partido Demócrata Europeo.