"Dios te guíe, Sancho, y te gobierne en tu gobierno, y a mí me saque del escrúpulo que me queda que has de dar con toda la ínsula patas arriba, cosa que pudiera yo escusar con descubrir al duque quién eres, diciéndole que toda esa gordura y esa personilla que tienes no es otra cosa que un costal lleno de refranes y malicias" (II, 43).

Ni Don Quijote ni nadie avisó. Y aquel bajito rechoncho se convirtió en gobernador de su ínsula Barataria, con la complicidad burlona de los duques y sus súbditos. Lo recibieron los vecinos con alegría, "y luego con algunas ridículas ceremonias le entregaron las llaves del pueblo y le admitieron por perpetuo gobernador". Sancho hubo uno y por poco tiempo en el gobierno, pero pujoles sigue habiendo muchos, tantos como deseos hay de dirigir ínsulas imaginarias. Este anhelo impulsivo ha calado hasta convertirse en un síndrome: el de la conveniencia autonómica.

Sancho hubo uno y por poco tiempo en el gobierno, pero 'pujoles' sigue habiendo muchos, tantos como deseos hay de dirigir ínsulas imaginarias

A diferencia de lo sucedido con Sancho, aquí nadie se burla del gobernador o de la gobernadora, que también las hay, por muy cocomochos o rocieros que sean. Es cierto que sus poderes son enormes, y no precisamente porque emanen de su sola presencia, sino porque allí donde está la corte de consejeros y delegados, también están presentes la imagen y los cinco sentidos del gobernador de turno.

Esas autoridades públicas defienden tanto una ínsula a conveniencia, que todos han hecho suya esa idea ante cualquier exigencia de la casa matriz. Que el paro sube, la culpa al rey; que baja, al venerado gobernador. Que la sanidad se desmorona, el responsable en Madrid; si mejora... (bueno, esperemos a que suceda para oír quién se atribuye en la ínsula correspondiente esa quimera). Que la pobreza enérgetica es insultante, se señala a los de las puertas giratorias estatales, y no a los gestores municipales y sus obligatorios permisos de corte. Que el fracaso escolar es desmesurado, los responsables en el ministerio; si acaso mejorara, no creamos que premiarán a los sufridos maestros, las glorias serán para las consejeras y para los pocos consejeros.

Que el paro sube, la culpa al rey; que baja, al venerado gobernador; que la sanidad se desmorona, el responsable en Madrid; que el fracaso escolar es desmesurado, los responsables en el ministerio

El colmo del síndrome ínsula se plantea cuando esas autoridades de la conveniencia son de centros privados, y bloquean cualquier atisbo de control sobre la obligada excelencia y transparencia a la que deberían aspirar. Sirva de ejemplo una universidad catalana y católica que pertenece a una red estatal. A pesar de las peticiones de control de calidad docente, estas son ignoradas con el único argumento de que vienen de Madrid. Y no responde esta desobediencia a una ideología soberanista, sino al síndrome ínsula de la conveniencia, que consiste en aprovecharse de lo que les interesa y escurrir el bulto cuando no les beneficia. Un síndrome muy útil para ocultar las vergüenzas de cualquier institución que está dejando las ínsulas, como aventuró Don Quijote, patas arriba.