Tinta calamar. Ahí ahogan las penas las fuentes y sus mensajeros (nosotros). La tinta oscura desdibuja los perfiles; es un medio opaco, en el que el ministerio público descubre el grano entre toneladas de paja. Salvo en el caso de Manuel Moix, el fiscal Anticorrupción, que impidió un salto cualitativo en el sumario del 3%, que hubiese puesto contra las cuerdas al exconsejero Germà Gordó, el hombre de Artur Mas en los negocios nacionalistas; Moix frenó por tres veces la investigación de Ignacio González, reo y expresidente de la Comunidad de Madrid, y también trató de impedir los registros en el caso Lezo, la estafa continuada en el Canal de Isabel II (¡continuada, desde 2001 hasta ayer mismo!). La avanzadilla de la causa pública está infectada. El Estado de derecho solo existe como decorado y su nomenclatura hace rancho aparte.

Moix actúa como un aval torticero de PP y Convergència. Es la expresión, en el poder judicial, de un pacto florentino entre la derecha española y la derecha catalana, que se remonta a 1996, el año del abrazo Aznar-Pujol en el Majestic. Aquella conspiración de silencio --"yo tapo lo tuyo y tú tapas lo mío"-- solo estuvo amenazada potencialmente el día que el expresident catalán habló de no remover el árbol de la inocencia, del que se caerían los pecados como frutos maduros. Después, cortinas de humo y escándalos. Hasta llegar a Moix, el hombre que habla demasiado. Se ha metido él solo en este jardín y lo ha hecho, espero, por ambición profesional. Reconoció en los micrófonos de la SER que la Fiscalía había ordenado las escuchas de González y Zaplana, el dúo de la bencina que conspira en la sombra sobre el mapa judicial que solo le compete al Consejo General del Poder Judicial. Y unos días después manifestó en Onda Cero, a Carlos Alsina, que nunca había tratado de recusar a ningún fiscal del 3%; mentira podrida.

Manuel Moix, por Pepe Farruqo

Manuel Moix, por Pepe Farruqo

El incendio en la Fiscalía alcanza al Gobierno. Pero Rajoy ha salvado la cara desviando la atención con la aprobación en el Congreso de los Presupuestos, gracias al PNV, el nacionalismo vasco, la grey derechona que huele a cirio quemado. Al presidente le espera una durísima sesión de control en el plenario de la cámara, dentro de pocos días. De momento, ha frenado el cese de Moix, pero el daño ya está hecho, como se ha visto esta semana en el Consejo Fiscal, donde la pepera Asociación Profesional Independiente de Fiscales (APIF) le ha ganado la partida a la Unión Progresista de Fiscales (UPF),  de sesgo progre. Moix se mantiene porque lo ha impuesto el Fiscal General del Estado, José Manuel Maza, quien, para compensar el daño, mantiene en el cargo a los dos fiscales del 3% --José Grinda y Fernando Bermejo-- a los que Moix trató de cesar. Todo empezó el pasado mes de abril, cuando el jefe de Anticorrupción firmó un escrito en el que decidía apartar del caso de la presunta financiación irregular de los convergentes, actual PDECat,  a los dos fiscales citados, cuyas pesquisas habían atravesado todas las barreras protectoras del delito político de cuello blanco en el que tanto abundan los soberanistas.

Anticorrupción es el cuerpo de élite en un país bonapartista llamado España. Ahí trabajó con absoluto rigor Jiménez Villarejo y también lo ha hecho, en honor a la verdad, Antonio Salinas, este último, durante doce años sin asomar la cabeza y pasando desapercibido. Pero ahora, en apenas dos meses, el titular de Anticorrupción nombrado por el PP, Manuel Moix, se ha hecho adicto al directo y a la paradoja. Pronto será un juguete roto arrumbado en las antesalas del Ministerio de Justicia, en la Plaza de Jacinto Benavente, enfrente del Teatro Lara de Madrid. Conocerá el mazo de usar y tirar que luce Rajoy Brey, el mito compostelano, pontevedrés de cría y gallego implacable que comanda España.

Al verse atrapado entre sus actos y sus palabras, Moix se escuda en la liturgia del secreto del sumario, a cuyas filtraciones "debería ponérsele freno, como hacen en Alemania, donde incluso sancionan a los medios". Pero matar al mensajero nunca funciona. El secreto del sumario no es un bien en sí mismo; solo es un procedimiento, no una ley. Y si lo mezclas con los medios siempre prevalece el derecho a la información, aunque Moix haga ver que no se acuerda. Ojo, hay antecedentes y doctrina que así lo avalan. El que escribe no sería el primer plumilla en ser requerido informalmente por un fiscal o un juez para ofrecer una versión sobre determinado caso. Y siempre acaba todo invocando el apartado de la Constitución que confirma el secreto de las fuentes, emanado del espíritu de la ley aplicable a quienes realizan la misión de "perro guardián de la democracia", en palabras del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH).

Moix actúa como un aval torticero de PP y Convergència. Es la expresión, en el poder judicial, de un pacto florentino entre la derecha española y la derecha catalana, que se remonta a 1996, el año del abrazo Aznar-Pujol en el Majestic

La democracia hoy es un sistema que institucionaliza la desconfianza, algo especialmente visible ante el cierre en falso de la reunión de la cúpula de la Fiscalía. La semana política ha sido pródiga en descentralización territorial de ferias y congresos, con casos "como la insularidad de Canarias o el régimen especial de Ceuta y Melilla", como ejemplificó Montoro en la Cámara baja. El pacto con el PNV, a Rajoy le inspira su origen mestizo, como nieto de Enrique Rajoy Leloup, uno de los redactores del Estatuto de autonomía de Galicia del año 1932, y también como hijo de Rajoy Sobredo, que presidió la Audiencia Provincial de Pontevedra. El presidente es de centro, pero en el caso de los fiscales nos recuerda la voracidad del centro en la desmemoria.

Aunque no lo crea, al Gobierno le cabe el deber de limpiar la vida pública, que exige limpiar a los que se supone que limpian. Pero al cepillar cepillos se queda pegada alguna pelusa. Una Fiscalía dudosa rompe las costuras de lo tolerable, especialmente si se comporta como el poder más enfático y jerárquico del Estado. A Moix no le queda otra que sumergirse de nuevo en la aparente neutralidad de la tinta calamar, el mundo abigarrado de informadores, informantes e informados; allí donde su mano invisible esconde el saqueo de España.