El jueves pasado se cumplieron dos meses del bochorno del comité federal del PSOE que acabó con el abandono de Pedro Sánchez de la secretaría general y la formación de la comisión gestora que dirige el partido desde entonces. Tras la abstención de la mayoría de los diputados socialistas en el Congreso, que facilitó la investidura de Mariano Rajoy, el PSOE alterna los pactos con el PP --techo de gasto, salario mínimo-- con las iniciativas para afianzar su liderazgo en la oposición, como la que ha forzado la sustitución de la LOMCE o la que obligará a reescribir la ley mordaza sobre seguridad ciudadana.

En el aspecto orgánico, Pedro Sánchez no se ha subido al coche para dar la vuelta a España, como anunció, pero prepara con los barones más fieles su candidatura para recuperar el poder. El sábado 26 de noviembre reapareció en Xirivella (Valencia) ante más de un millar de entusiastas militantes. Mientras tanto, su rival, Susana Díaz, sigue sin postularse públicamente para dirigir el partido, pero algunos de sus movimientos tienen esa dirección inequívoca. El más relevante ha sido su viaje de esta semana a Bruselas, donde se entrevistó con la jefa de la diplomacia europea, con dos comisarios y con el presidente del Parlamento Europeo, una agenda inusual para una presidenta de comunidad autónoma que, además, no iba acompañada de los titulares de las consejerías con más intereses en la UE. Aunque lo negase, Díaz fue a Bruselas a adquirir perfil político.

Sea como fuere, tanto para combatirlos como para pactar con ellos, el PSOE está condenado a mirarse en la referencia de Podemos

Tanto en ese viaje como tras su entrevista en Sevilla con el líder del PSC, Miquel Iceta, Díaz declaró que el PSOE iba a recuperarse antes de lo que algunos quisieran, en alusión a Podemos, partido con el que la presidenta andaluza no cesa de enfrentarse, como una manera más de distanciarse de Sánchez, quien, después de sus reproches a Pablo Iglesias durante su fracasado intento de investidura, cometió, en su entrevista con Jordi Évole, el error de pasarse de frenada hasta entonar un mea culpa por haber calificado a la formación podemista de populista.

Sea como fuere, tanto para combatirlos como para pactar con ellos, el PSOE está condenado a mirarse en la referencia de Podemos. Solo hay que ver con detalle la última encuesta del CIS para comprobar que el agujero que los socialistas tienen en la juventud y en las clases medias lo ha ocupado Podemos. Entre los jóvenes de 17 a 24 años, la intención directa de voto es del 10,1% para el PSOE y del 27,2% para Podemos y sus confluencias. En la franja superior de 25 a 34 años, los números son del 10,3% y el 24,1%. El PSOE solo se impone a Podemos a partir de la franja de 55 a 64 años. Si se considera el voto más simpatía, las distancias incluso aumentan.

Por estatus, Podemos y sus confluencias superan también al PSOE en intención de voto directa en las clases alta y media alta (19,4% frente a 7,5%), en la nueva clase media (16,5% a 10.7%) y en la vieja clase media (9,6% a 7,8%). Los socialistas solo desbancan a las nuevas fuerzas, y no siempre, en el segmento de obreros cualificados y no cualificados. Diferencias similares se registran si se considera el voto más simpatía.

Por mucho que los datos indiquen también que todo el electorado que abandona el PSOE no lo capitaliza Podemos, el dilema socialista gira en torno a combatir al partido de Iglesias como el principal enemigo para recuperar lo perdido, postura de Susana Díaz, o acercarse a los podemistas para pactar con ellos como única forma de desplazar a la derecha del poder, posición defendida por el sanchismo.

Aunque el PSOE no es el PASOK griego y puede recuperarse de la crisis, la situación política y sociológica muestra una derecha unida y una izquierda fragmentada. El fenómeno Podemos no parece pasajero, como creen algunos barones socialistas, por lo que la única alternativa para que el PP no gobierne durante muchos años solo puede ser un pacto entre las dos grandes formaciones de la izquierda, el PSOE y Podemos.