La comparecencia forzosa ante la juez de la alcaldesa de Berga por negarse en dos ocasiones a acudir voluntariamente a declarar, vendida en algunos medios como detención por no retirar la estelada del ayuntamiento, es un paso más en la estrategia de la tensión liderada por la CUP. Se trata de ir calentando motores para preparar el choque de trenes que desde parte del secesionismo se considera necesario para victimizar el movimiento y tratar de darle impulso.

El momento álgido se prepara para el próximo mes de septiembre, cuando no pueda celebrarse el referéndum previsto. Antes habrá otros episodios en función del calendario judicial que afecta a los procesados por el 9N, o a la presidenta del Parlament por la desobediencia al TC. La estrategía de la CUP es evidente: se trata de recuperar la iniciativa del procés, convertirse en sus garantes y, llegado el caso, forzar la intervención de la Generalitat que, según ellos, provocaría la situación propicia para sus anhelos revolucionarios.

La estratregía de la tensión tampoco le viene mal al president Puigdemont y a su partido. Sólo en una situación de máxima confrontación es posible la deseada repetición de Junts pel Sí que evite la definitiva subordinación de los sucesores de CDC ante Junqueras y los suyos. La discrepancia surgirá porque Puigdemont quiere forzar la coalición con ERC, coqueteando con la tensión, pero evitando la aplicación del artículo 155 de la Constitución que les deje sin el denostado, pero muy apetecible, poder autonómico.

Junqueras es el menos interesado en esta escalada de la tensión. Necesita unas elecciones en las que ERC se presente en solitario, sea la primera fuerza política y forme gobierno

Junqueras, paradójicamente, es el menos interesado en esta escalada de la tensión. Necesita unas elecciones en las que ERC se presente en solitario, sea la primera fuerza política y forme gobierno, con sus aliados actuales o, más probablemente --dado que parece que la mayoría absoluta actual no va a repetirse--, con los colauistas y quizás con el propio PSC. ERC se ve ganadora tanto si se prioriza el eje nacional como si lo hace el eje social. Por eso no le conviene ni demasiada presión para que se vea forzada a repetir Junts pel Sí ni, menos aún, que se intervengan la Generalitat.

Frente a los que imaginan el choque de trenes como la antesala revolucionaria que traerá la independencia, otros, desde posiciones contrarias a la independencia, también se apuntan al choque de trenes convencidos de que sólo la intervención de la Generalitat y la consiguiente pérdida de poder político, económico y mediático de los secesionistas permitirá revertir la deriva actual y frenar en seco al independentismo. La falta de una alternativa viable al secesionismo y soberanismo alimenta esta opción entre los unionistas.

No soy partidario del choque de trenes. Ni como preludio revolucionario ni, más probablemente dada la correlación de fuerzas, como forma de sacar del poder, al menos temporalmente, a los independentistas. En estos casos siempre se producen victimas, y los problemas de fondo continúan sin resolverse.

No soy partidario del choque de trenes. En estos casos siempre se producen victimas, y los problemas de fondo continúan sin resolverse

El problema en Cataluña es que la situación actual de empate de impotencias tiende a eternizarse, lo que siempre es un peligro potencial. En las elecciones de 2017 el secesionismo no logrará la mayoría absoluta pero no se vislumbra con claridad una alternativa de gobierno. Si no se repite Junts pel Sí, quizás lo más probable es un tripartito de izquierdas entre colauistas, ERC y PSC. Un gobierno de este tipo continuará con las políticas actuales en temas tan sensibles como la lengua, el adoctrinamiento en las escuelas o el control nacionalista de los medios públicos y concertados. Continuará con el victimismo y la confrontación con el Estado, aunque frenara el unilateralismo para presionar por un referéndum acordado con el Estado.

Otra opción teórica de gobierno, integrada por el PP, Ciudadanos, el catalanismo no independentista de Lliures o los restos de Unió, aún contando con el más que dudoso apoyo de los socialistas que han optado en su congreso por el pacto de izquierdas, no parece en condiciones de sumar. Y no porque no exista una mayoría social sino por la debilidad y las pocas ganas de entenderse de las fuerzas políticas que deberían agrupar el voto de todos aquellos que no creemos en la independencia ni en el soberanismo como panacea que resuelve todos los problemas.

Esta incapacidad de articular una mayoría alternativa al secesionismo y al soberanismo, junto con la debilidad del independentismo, coloca a los colauistas, con todas sus ambigüedades, en el centro del tablero y el peligro del choque de trenes como una posibilidad no desdeñable en el horizonte. 2017 se presenta como un año difícil para los catalanes y será necesaria mucha serenidad para evitar una confrontación que cada día cuenta con más partidarios en ambos lados del tablero político.