Antaño muchos padres insistían a sus hijos, ya no niños, en que pusieran betún a sus zapatos y los llevaran lucientes. Lo habitual era que no tuvieran otra explicación que porque sí. El escritor granadino Guillermo Busutil ha contado que su padre le enseñó que llevar limpio el calzado era, para él, “un símbolo de dignidad y resistencia frente a la adversidad y la derrota”. Esto no lo dirían muchos de quienes llevan relucientes sus zapatos, pero tampoco admite discusión, es la transmisión familiar de un modo de vestir tus pies. El hijo asimiló la lección paterna de cómo enfrentarse a las futuras dificultades que le aguardaban y se adhirió a los valores de dignidad, primero, y de pundonor, después; conceptos que quedaron inscritos de este modo en su conciencia. Son legión aquellos que no recibieron esta idea, esta asociación, y se quedaron con el único argumento de que así es cómo hay que ir. Esta pauta queda, entonces, hueca, en forma de algo desconocido que nos afectará: una influencia inconsciente.

Desde el siglo XIX se considera lo inconsciente, y sabemos el valor que tiene hallar un camino que comunique la realidad consciente con la inconsciente. El padre de la psicología profunda (o de ‘lo inconsciente’), C.G. Jung, subrayaba que ésta destaca la repercusión del lado oscuro de la mente humana y su influjo sobre la conciencia. Y no dudó en entender asimismo que era una aportación de Occidente semejante, en cierta manera, a la del yoga, fruto de Oriente.

Desde el siglo XIX se considera lo inconsciente, y sabemos el valor que tiene hallar un camino que comunique la realidad consciente con la inconsciente

En sus Escritos sobre espiritualidad y transcendencia (Trotta), Jung recalcaba lo fina que es la pared que separa el mundo bien ordenado del caos siempre al acecho, y la necesidad de hacer consciente el mundo sombrío y el mal: “Si pudiéramos ver nuestra sombra --decía--, nos inmunizaríamos contra toda infección moral y mental”. Por ‘sombra’ entendía la suma de las propiedades escondidas que acarrean perjuicios, las funciones mal desarrolladas y los contenidos de lo inconsciente en cada persona.

“¿Qué clase de actitud mental y moral hace falta para enfrentarse a las influencias perturbadoras de lo inconsciente, y cómo se le puede transmitir esa actitud al paciente?”, se preguntaba el psiquiatra suizo. En primer lugar, no hay que condenar a quien se quiere y se puede ayudar y corregir, pues “es imposible cambiar lo que no se acepta”. Y este no condenar sólo podrá ocurrir si uno se ha aceptado antes a sí mismo en iguales términos. Se trata de perder el asco a la realidad, para poder asumirla y operar, por consiguiente, sobre ella. Sólo entonces se presentan posibilidades de conducirla a mejor, en adecuada dirección. Esta sería la gran y sencilla lección previa a lo demás.

Ser sencillo era para Jung la más sublime de las artes, e insistía en que lo sencillo es siempre lo más difícil. Religioso pero agnóstico, Jung señalaba que el símbolo de Cristo, y tal vez la figura de Buda, tiene una enorme importancia para la psicología, por ser “el símbolo más desarrollado y diferenciado del sí-mismo”. Lo que da de sí la conciencia de la limpieza, empezando por la cubierta de los pies.