La democracia española atraviesa una profunda crisis de credibilidad. Como reacción, brota con fuerza espasmódica un cierto populismo de izquierda, el secesionismo catalán aprovecha la coyuntura para crear una crisis territorial sin precedentes, la corrupción del partido gobernante en Madrid y la que protagonizó el Gobierno de Cataluña durante varias décadas provoca un profundo rechazo de la ciudadanía y desapego de las instituciones. En esta España de la segunda década del XXI, el Ejército es una de las pocas instituciones del Estado que no están en tela de juicio.

Pero esto no ha sido así durante gran parte de nuestra historia. El XIX esta preñado de pronunciamientos militares que culminan con el del general Martínez Campos a finales de 1874 , que supone la restauración monárquica y el fin de la Primera República Española. La restauración impone una ideología militar profundamente conservadora y reaccionaria, que se identificaba con un concepto de "patria" restrictivo y manipulado. Un ejército técnica y profesionalmente anclado en el pasado, instrumentalizado por la ideología conservadora de la derecha española y por el nefasto protagonismo de Alfonso XIII, el rey soldado. Un ejército que no acepta la subordinación del poder militar a la soberanía popular, a ello se suma la desmoralización y frustración provocadas por las derrotas coloniales. El ejército no fue el culpable de la ruina del país, sino que los Gobiernos conservadores y el "turnismo" le convirtieron en un mal nacional.

En esta España de la segunda década del XXI, el Ejército es una de las pocas instituciones del Estado que no están en tela de juicio

Durante la Segunda República, existe un serio intento de reforma y modernización de la institución militar protagonizado por Azaña. El golpe de Estado de julio del 36 acaba con todos los intentos de modernización del ejército y de su sometimiento a la soberanía popular. La dictadura franquista y la derecha conservadora instrumentalizan al ejército en defensa de su "orden". Se produce una apropiación indebida de la "patria", identificación de ésta con valores reaccionarios, conservadores y defensores del statu quo.

Con la conquista de la democracia, España ha pasado en menos de un siglo de la reaccionaria UME (Unión Militar Española), asociación clandestina de jefes y oficiales fundada en diciembre de 1933, embrión del golpe militar de julio del 36, a la prestigiosa UME (Unidad Militar de Emergencias), cuerpo integrante de nuestras Fuerzas Armadas creado en el 2005 con la finalidad de ayudar a los ciudadanos en cualquier lugar del territorio nacional en casos de catástrofe. Durante ese intervalo de tiempo, hubo militares que pagaron con su vida o fueron represaliados por su lealtad a la República española y la defensa de la Constitución de 1931, entre otros mi abuelo paterno, el general Agustín Gómez Morato, jefe del ejército de Marruecos, encarcelado y represaliado en julio del 36. Es justo destacar el papel jugado en las postrimerías de la dictadura por la UMD (Unión Militar Democrática), constituida por algunos jefes y oficiales demócratas que lucharon por democratizar y dignificar las Fuerzas Armadas y derrocar la dictadura.

El antimilitarismo primitivo es sin duda una enfermedad infantil del izquierdismo

No es hasta el 1982 que la España democrática pone en marcha la que fue una de las grandes reivindicaciones de la sociedad española, la reforma y modernización de las Fuerzas Armadas, su subordinación al poder civil y su defensa de los valores constitucionales. Considero un gravísimo error y una gran torpeza la actitud de cierta izquierda, anclada en un posicionamiento de siglos pasados, que tiene una visión de la institución militar que coincide con la vieja cultura reaccionaria franquista de situar al ejército al margen de la sociedad, dificultando su integración. El antimilitarismo primitivo es sin duda una enfermedad infantil del izquierdismo.