La economía española tiene dos caras: el anverso y el reverso. La primera tiene como base unas excelentes cifras macroeconómicas; la segunda, unos deficientes indicadores sociales. La combinación de ambas da lugar a un resultado contradictorio. En los últimos tres años, la calidad de vida en España ha aumentado, pero solo una pequeña parte de la población ha disfrutado de la mejora.

La cara buena refleja el magnífico momento que vive el país. Éste tiene como base la evolución de macromagnitudes tales como el PIB, el empleo, las exportaciones de bienes y el gasto de turistas extranjeros. En todas las anteriores variables, España se ha comportado mejor en 2016 que el conjunto de la zona euro. Así, su crecimiento económico (3,2%) casi duplicó el de la eurozona (1,7%). Además, sus ventas de mercancías al extranjero aumentaron un 1,7%, una cifra muy destacable si se compara con el retroceso del 2% observado en la Unión Monetaria Europea (UME).

La cara mala muestra las penurias de una gran parte de la población. Es principalmente consecuencia de la larga crisis recientemente padecida y del desigual reparto, entre el capital y el trabajo, del incremento del PIB logrado en los últimos tres años

La cara mala muestra las penurias de una gran parte de la población. Es principalmente consecuencia de la larga crisis recientemente padecida y del desigual reparto, entre el capital y el trabajo, del incremento del PIB logrado en los últimos tres años. Este último aspecto se observó claramente en el pasado ejercicio. Así, según el Banco de España, los beneficios empresariales (resultado ordinario neto) aumentaron un 23,8%; en cambio, la remuneración media de los asalariados no varió.

Algunas de las variables que nos delatan la crisis que siguen padeciendo numerosas familias son la elevada tasa de paro existente, la escasa calidad del empleo creado, la reducida cobertura del desempleo y el considerable porcentaje de población en riesgo de pobreza y exclusión social. En el último año, en promedio, la primera variable alcanzó el 19,6%. Después de Grecia, fue el país donde más elevada fue dicha tasa. Un porcentaje notablemente superior a la media de la zona euro (10%).

En Europa, los jóvenes constituían el colectivo más afectado por la falta de empleo. No obstante, las diferencias entre países eran muy elevadas. Así, mientras en España afectaba al 44,4% de la población entre 16 y 24 años, en el conjunto de la UME dicho porcentaje ascendía al 20,9%. Otro grupo perjudicado era los que tenían un trabajo a tiempo parcial. En nuestro país, el 60% únicamente hacía algunas horas porque no poseía una alternativa mejor (una ocupación a jornada completa). Nada que ver con países como Alemania y Holanda, donde la inmensa mayoría de los asalariados, que tienen un puesto de trabajo de dichas características, es fruto de su elección.

En diciembre de 2016, la tasa de cobertura del desempleo, entendiendo por tal el porcentaje de parados que han tenido alguna vez un empleo y perciben una prestación, alcanzó el 56,6%. Aunque fue 1,4 puntos superior a la del mismo mes de 2015, era sustancialmente inferior al 79,8% que alcanzó en promedio en 2010.

Finalmente, el pasado año la población en riesgo de pobreza y exclusión social se situó en el 27,9%. Un porcentaje inferior en 1,3 puntos al observado en 2014, pero superior en un 1,8 al del ejercicio de 2010. Una cifra que indica que más de la cuarta parte de los habitantes del país tienen problemas económicos que les impiden llevar una vida digna.

España se ha recuperado de la crisis, pero un gran número de los españoles no lo ha hecho. Una de las principales causas es la política económica llevada a cabo por el gobierno del PP, cuya sensibilidad social ha demostrado reiteradas veces que es escasa

En definitiva, España se ha recuperado de la crisis, pero un gran número de los españoles no lo ha hecho. Una de las principales causas es la política económica llevada a cabo por el gobierno del PP, cuya sensibilidad social ha demostrado reiteradas veces que es escasa. Así lo demuestra que su prioridad en 2019 sea bajar el impuesto sobre la renta, en lugar de aumentar el gasto público, especialmente el de carácter social.

No obstante, también contribuye decisivamente a dicha situación las medidas impuestas por la Comisión Europea. La prioridad siempre es la obtención de buenas cifras macroeconómicas y jamás el nivel de vida de la mayoría de los ciudadanos de los países que integran la Unión Europea. Uno de los resultados de dicha preferencia es el incremento de la tasa de pobreza entre los que tienen empleo. En 2010 era del 8,3% y, cinco años más tarde, había aumentado hasta el 9,5%.

A pesar de todos los anteriores datos, numerosos políticos españoles y europeos se encuentran desconcertados, pues no acaban de comprender cuáles son los motivos por los que en el viejo continente avanzan electoralmente las opciones de extrema derecha e izquierda. Mi opinión es que no lo entienden porque no quieren, pues la solución para evitar su progreso sería muy fácil: cambiar la política económica actual. El neoliberalismo de la Comisión Europea no es la solución, sino una gran parte del problema.