En estos momentos el político no independentista que conoce más detalles sobre cómo el Govern quiere llevar a cabo el referéndum unilateral es Xavier Domènech. Pero lo que le explicaron Carles Puigdemont y Oriol Junqueras sobre los preparativos para el 1-O en la reunión de este lunes en Palau le llevó a ratificarse en que esa convocatoria cada vez se parece más al 9-N y menos al referéndum vinculante que los comuns propugnan. La paradoja es que no lo avala, pero tampoco lo rechaza porque, para Domènech, “nunca está de más una movilización por el derecho a decidir”, dijo a la salida del encuentro. Una de cal y otra de arena. En el Congreso, la semana anterior, en el debate sobre la moción de censura, pidió a ERC que abandonase la vía unilateral, “no dividamos, construyamos juntos”, le propuso a Joan Tardà, lo que encendió la ira entre las filas del PDECat y la CUP. Anna Gabriel, en una entrevista en Catalunya Ràdio, acusó a Domènech de subscribir el discurso del “unionismo más rancio” al identificar referéndum con división. En realidad, el tono de la descalificación es un buen termómetro de su acierto de fondo.

Visto desde fuera, la posición de los comuns es cuanto menos contradictoria y su división interna la hace muchas veces incomprensible. De la enorme fractura en el seno de CSQP no se habla mucho en los medios, pero la semana pasada cinco de sus once diputados, entre ellos Lluís Rabell y Joan Coscubiela, se ausentaron en una votación de apoyo a uno de los suyos, Joan Josep Nuet, y a los otros miembros de la mesa del Parlament imputados por desobedecer al Tribunal Constitucional. Por eso la posición central, mayoritaria, que representan Domènech y Ada Colau intenta nadar y guardar la ropa.

Los comuns tiene claro que, a mayor polarización social y política secesionista, menos votos para Catalunya en Comú en unas próximas elecciones autonómicas, pero son víctimas de la retórica nacionalista

Una cosa tienen clara: a mayor polarización social y política secesionista, menos votos para Catalunya en Comú en unas próximas elecciones autonómicas. Eso fue lo que ocurrió el 27-S de 2015 y ese es el escenario que las fuerzas separatistas intentarán repetir para que su último cartucho sea ir a una segunda vuelta con urnas de verdad. Los comuns lo saben y lo temen, pero son víctimas de la retórica nacionalista del derecho a decidir y no pueden aparecer demasiado cerca de C's, PSC y PP. Además, algunos de sus dirigentes como Nuet o el concejal de Barcelona Jaume Asens juegan en el campo independentista porque, al igual que el urbanista divino Jordi Borja, les excita políticamente todo lo que vaya contra el Estado español.

En estos momentos, en el campo soberanista se libra un pulso entre la ficción del referéndum con carácter vinculante que intenta imponer el Govern, JxSí y la CUP, y la tesis que defienden los comuns de que a lo sumo será otra movilización popular a la que ellos no hacen ascos aunque “no aporte nada nuevo y no sea la solución”, como anticipó Domènech el pasado 3 de enero. Las fuerzas separatistas confían en que la dinámica de los acontecimientos, la confrontación directa con el Gobierno de Mariano Rajoy acabe haciendo irrelevante la posición que finalmente adopte la dirección de Catalunya en Comú el próximo 8 de julio. Por el contrario, los líderes de los comuns suspiran porque, tras la tormenta huracanada de septiembre, se imponga la calma y que, comprobado el fracaso de la unilateralidad, ellos se queden con la bandera del referéndum pactado que dicen desear tantos catalanes. El riesgo es que ese equilibrio sea tan difícil de compartir internamente y comprender entre sus electores que, al final, el sueño de conquistar la hegemonía que persiguen los comuns se esfume para siempre.