Ya llegan las críticas con los partidos nuevos. ¿Con los nuevos? Sí, con los nuevos. Venían, según ellos, con la bandera de la regeneración y la aureola de la limpieza democrática. Un decir. Parece que son como los viejos partidos. Se acercan sus respectivos Congresos y, ante el temor a los afiliados, lo programan para favorecerse a sí mismos, a los dirigentes. ¡Vaya! Tanto ruido para ser iguales. Los congresos se avecinan. El del PSOE será sine die, cuando quiera la Virreina Susana de Andalucía. La Edad Media ha regresado. El PP va para febrero, todo atado y bien atado, como lo dejaron sus ancestros. Y Ciudadanos (C’s), nuevo pero viejo, moderno pero antiguo. Aquí nos quedamos.

Los nuevos partidos venían con la bandera de la regeneración y la aureola de la limpieza democrática, pero parece que son como los viejos partidos

El partido político Ciudadanos ya ha cumplido una década. Una década que lleva Albert Rivera en la cúspide, en la presidencia. Ya ha pasado por más de una crisis, ya ha cruzado más de una tormenta. Pero en primera división sólo lleva un año. Escaso. Y como en todo partido ya ha surgido el sector crítico. Recordemos que Rivera llegó al partido de la mano de su brillante profesor Francesc de Carreras. Su mentor. Tendrá que llamarlo. Porque el sector crítico le atiza duro. Se acerca el congreso y las asambleas y este sector ha entrado en ebullición. Ciudadanos no se iba a escapar. Y Rivera tampoco. Hay miedo en el partido. Miedo a hablar, a expresarse libremente. El que lo hace, a la calle. Expulsado. Casos hay. Incluso alguno está en los tribunales. No ya la jefa de prensa con quien han llegado al acuerdo de la indemnización. Hay más. Y acusan al partido de regirse por normas poco o nada democráticas. Por no utilizar otras calificaciones que los críticos sí utilizan.

Ciudadanos no iba a ser diferente de otros partidos. Ahora acusan a Rivera de caudillismo y a Inés Arrimadas de deriva independentista. A lo peor las diferencias entre los dos caudillos inclinan a Arrimadas hacia otro partido de reciente creación. Y no por afinidad de maridaje como matizó recientemente Rivera, y con mucha habilidad, en un foro de comunicación en Madrid. No. Sino porque por la rivera del Llobregat se comenta en voz alta que los dos caudillos, Rivera y Arrimadas, discrepan más de lo debido y ya caminan paralelos, uno por cada lado del cauce.

Hay miedo en Ciudadanos. Miedo a hablar, a expresarse libremente. El que lo hace, a la calle. Expulsado. Casos hay. Incluso alguno está en los tribunales

Pero todo esto, hasta cierto punto, es normal. Un partido joven hay que dirigirlo con mano de hierro o se disuelve como un azucarillo. Basta mirar a los viejos partidos. Con disciplina, a lo alto. Que le pregunten a Alfonso Guerra o Aznar. Se aproxima el congreso de febrero y surgen grupos de descontentos buscando una silla o una oportunidad. De todo hay. Es el momento de valorar hasta dónde el partido se ha incrustado en todo el territorio nacional. Hasta dónde llega el liderazgo de Rivera. Hasta dónde se centra su ideología o si sigue siendo difusa. Si navega por el centrismo entre el liberalismo y la socialdemocracia, con muchas alianzas, pero sin gobernar. Habrá que mojarse. Habrá que gobernar o el peligro de disolverse aumentará. Hay discurso, ideas, pero todo quedará en nada sino se toman decisiones, sino se eligen alternativas.

Ha surgido la oposición interna. Hay militantes que exigen tranC'sparencia, democracia interna. Si hay voces críticas, es buena señal. No será un congreso a la búlgara. Será un congreso vivo, con tensión. Las discrepancias enriquecen.