La impresionante investigación publicada en El Español la semana pasada bajo el nombre de CatLeaks, según la cual el Govern de Artur Mas amañó más de 500 millones en contratos públicos a favor de empresas afines a CDC, ha sido otro mazazo en materia de corrupción en la mandíbula del desprestigiado expresident. La mecánica tramposa de las adjudicaciones pone en cuestión el argumento tan insistentemente defendido por Mas de que todo siempre se había hecho de forma escrupulosa desde la Administración y que, por tanto, si algunas empresas habían hecho donaciones a su partido eso nada tenía que ver con el famoso 3% que investiga el juez de El Vendrell.

El presidente del PDeCAT es un político acorralado. No solo pesa sobre él una sentencia de inhabilitación por la consulta del 9N, a la espera de lo que diga el Tribunal Supremo, sino que ahora puede perder parte de su patrimonio como consecuencia de la actuación del Tribunal de Cuentas. Pero no acaba ahí la cosa. También teme acabar siendo imputado por la financiación ilegal de CDC, siguiendo los pasos del exconseller Germà Gordó. Su respuesta a esas informaciones ha sido denunciar la “estrategia conjunta” entre el Gobierno español y algunos medios que pretenden “destruir símbolos en el mundo soberanista” para, fíjense en la afirmación, “cargarse el invento entero”. Como es un poco gafe lo dijo el mismo día en que se conocía la primera condena por comisiones a cambio de obra pública en Cataluña, cuyas mordidas alcanzaban hasta el 20% del coste de unas viviendas licitadas por Adigsa.

Mi pronóstico es que, a mayor radicalidad separatista, más son las posibilidades de que el temor del expresident se cumpla, y de que finalmente sean ellos mismos los autores en primera instancia de “cargarse el invento”

Mas es un político marcado por el fracaso que, sin embargo, sigue controlando lo que queda de la antigua Convergència y ejerciendo una influencia directa en el hueso de la estrategia separatista. Su papel ha sido determinante para evitar que la reciente crisis en el Govern acabara en lo que parecía más posible: la convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas. En un momento concreto, cuando parecía que todo estaba a punto de hundirse por las exigencias de Oriol Junqueras, apuntaló la estrategia de “referéndum o referéndum” de Carles Puigdemont apoyando las purgas de los consejeros del PDeCAT y altos cargos que no estuvieran dispuestos a llegar hasta el final.

Mas se mueve en estos momentos por resentimiento y cree que, mezclando desobediencia con astucia, el primer domingo de octubre puede haber algo parecido a una votación que ponga a Mariano Rajoy contra las cuerdas. Apuesta por seguir engordando la tensión, con más querellas, más políticos finalmente inhabilitados y un clima asfixiante que, en algún momento, obligue al Gobierno español a iniciar una negociación partiendo de cero mediante indultos. Además, en su fuero interno, no renuncia a volver a la primera línea política ya que Puigdemont está decidido a inmolarse —a ir a la cárcel, repite con frecuencia— por el referéndum.

Los líderes separatistas han entrado en una fase disparatada, tan ridícula como enloquecida, para la que se han autoimpuesto la consigna “no hay marcha atrás”. Lo fían todo a que la reacción del Gobierno, que califican de “represión” en declaraciones cada vez más incendiarias, impulse la movilización popular en septiembre y el desbordamiento el 1-O. No les importa en absoluto que una parte de la ciudadanía catalana se enfrente a la otra. Temen más una derrota completa si ahora reconocen que habían prometido un imposible. Antes de desearles buenas vacaciones me gustaría despedirme con un mensaje de moderado optimismo. Las huidas hacia delante acaban siempre en fracaso. El clima social en Cataluña no es el que Puigdemont, Junqueras o Mas imaginan y el que sus propagandistas explican para infundir miedo. Hay sobre todo mucho hartazgo en la sociedad. Mi pronóstico es que, a mayor radicalidad separatista, más son las posibilidades de que el temor del expresident se cumpla, y de que finalmente sean ellos mismos los autores en primera instancia de “cargarse el invento”.