Banco Popular va de mal en peor. Parece una olla a presión. Ángel Ron abandonó su puesto de presidente el pasado 20 de febrero. Su herencia está resultado endemoniada.

La entidad ha vivido desde ese día un rosario de acontecimientos rocambolescos. Ejemplifican hasta la náusea el desdén infinito de sus gerifaltes hacia los accionistas, verdaderos dueños de la institución.

Emilio Saracho, sucesor de Ron, decidió revisar las cuentas nada más estrenarse en el cargo. Advirtió una insuficiencia de provisiones de más 600 millones de euros. Difundió su descubrimiento y la bolsa propinó un hachazo a las cotizaciones.

Casi al mismo tiempo, Saracho prescindió de los servicios del consejero delegado, Pedro Larena. La destitución se presentó como un cese por “motivos personales”. Esta es la fórmula con la que suelen revestirse los despidos mondos y lirondos.

El Popular se asemeja bastante al puerto de arrebatacapas. Los capitostes se dedican a exprimir la ubre de las arcas corporativas sin ningún pudor

Es de recordar que Larena fue contratado por Ron apenas siete meses antes. Su misión consistía en salvar el Popular del naufragio. Ahora se le ha sustituido por otro profesional, Ignacio Sánchez-Asiaín.

Semejante danza de salidas y entradas en la cúpula tiene sumido al equipo de gobierno en un paréntesis paralizante. Y encima, ha significado un dispendio de casi 50 millones de euros. De ellos, 24 son para Ron como premio por su excelente gestión, 5 para consolación del despedido Lerena y otros 15 para resarcimiento de su antecesor en la consejería delegada, Francisco Gómez. A dichas sumas hay que añadir los 4 millones que Saracho se ha embolsado en concepto de prima de fichaje.

A la luz de los datos transcritos, cabe colegir que el Popular se asemeja bastante al puerto de arrebatacapas. Los capitostes se dedican a exprimir la ubre de las arcas corporativas sin ningún pudor. Les resulta indiferente que el banco atraviese serios apuros, como evidencian las pérdidas de 3.485 millones sufridas en 2016.

Mientras los responsables del desastre se largan a casa con el riñón forrado, las agencias de calificación degradan aún más la nota del Popular dentro del infame hoyo de la basura.

Los títulos del banco se trasegaban el viernes a 0,676, es decir, casi la mitad del precio al que se colocaron las acciones en el último desdoble de capital, realizado en mayo de 2016.

Dicho de otro modo, se ha volatilizado un 97% del valor desde que Ron se encumbró a la cima doce años atrás. Este saldo escalofriante explica que casi un tercio de los asistentes votara en la última junta de accionistas contra un punto del orden del día, a saber, el relativo al informe sobre remuneraciones, que incluyen la depredadora pensión de Ron y los otros chollos transcritos.

Se ha volatilizado un 97% del valor de la acción del Popular desde que Ron se encumbró a la cima doce años atrás

Dos opciones se presentan ahora al binomio Saracho/Sánchez-Asiaín. Una, llevar adelante la enésima ampliación de capital, que diluirá todavía más a los depauperados socios. Y otra, echarse en brazos de un intermediario del dinero que absorba al Popular, con lo que se machacará todavía más a los accionistas y se perderá definitivamente la autonomía. En ambos supuestos, el futuro inmediato pinta sombrío.

Ron empuñó las riendas de la casa en octubre de 2004. A la sazón, el Popular figuraba entre los bancos más eficientes de Europa y era la envidia del sistema financiero nacional. Ron recibió el testigo de Luis Valls-Taberner, el irrepetible preboste que ejerció el mando durante 32 años.

Valls supo mantener la independencia del Popular con inteligencia y tesón. Entendió como nadie que lo importante del negocio bancario no es el tamaño sino la rentabilidad.

Esta preservación de un Popular emancipado contrasta con el vertiginoso proceso de concentración que se ha registrado en España en poco más de dos décadas.

La experiencia de tales amalgamas no deja de ser decepcionante. Ninguno de los gigantes ha dado mejor servicio a los clientes. Tampoco ha creado valor alguno para los accionistas de los bancos fusionados. Bien al contrario, lo ha destruido en cantidades enormes.

La posible absorción del Popular por un tercero sería una pésima noticia para el sistema crediticio, cada día más estrecho y con menor número de actores.