Si el nombre de cada uno tiene una influencia fundamental en nuestras vidas y es una parte esencial del análisis numerológico, estaba cantado que el portavoz de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, organización que en las últimas semanas ha sobresalido por la saña con que ha criticado la filantropía del dueño de Zara, Amancio Ortega, por donar 320 millones de euros para comprar equipos que ayuden a detectar y sanar el cáncer, tenía que llamarse Marciano, Marciano Sánchez para más señas.

Hasta tal punto ha llegado la polémica suscitada por la organización del tal Marciano que se ha hecho viral una coña que ponía de manifiesto el engaño de que había sido objeto Ortega al pensar que los equipos que donaba detectaban tumores cuando, en realidad, lo que detectaban era gilipollas.

Salvando el, sin duda, irrelevante dato de que la citada federación es un experimento desarrollado por Podemos, cuyo secretario general, Pablo Iglesias, ha calificado de “terrorista” al principal accionista de Inditex, no deja de sorprender el argumento --marciano, a la vez que peregrino-- en que se fundamenta el rechazo a tan millonaria donación al considerar que, con la compra de más de 290 equipos de diagnóstico y tratamiento del cáncer para los hospitales públicos españoles, el empresario gallego busca “lavar su imagen” a la vez que se aprovecha la ocasión para cargar contra la política fiscal actualmente vigente.

Cuando en este país hay gente que todavía muere por no poder detectarse a tiempo diferentes tipos de cánceres, no deja de ser un sarcasmo reacciones tan ideológicamente simplonas, que incluso se han visto secundadas por algún presidente de comunidad autónoma, como el extremeño Fernández Vara --médico él-- que no ha tenido empacho alguno en descolgarse con un pensamiento tan ligero como vacuo: "Nuestra sanidad no puede depender de cuántos pantalones o faldas venda Zara". ¿Y de qué, si no de crear riqueza?

Hasta tal punto ha llegado la polémica suscitada por la organización del tal Marciano que se ha hecho viral una coña que ponía de manifiesto el engaño de que había sido objeto Ortega al pensar que los equipos que donaba detectaban tumores cuando, en realidad, lo que detectaban era gilipollas

Sus fustigadores, sin embargo, son los mismos que encumbran y alaban al voluntariado y a las oenegés, sin querer darse cuenta --o sí-- de que son mimbres de la misma cesta, prefiriendo jugar al maniqueísmo macarra e insolidario por entender que ello les reporta réditos políticos. El denominado tercer sector no deja de ser una plataforma para ellos.

Resulta sorprendente que quienes denuestan este tipo de comportamientos por parte de un empresario ejemplar que paga impuestos, que crea puestos de trabajo y que genera riqueza, no sean capaces de entender este tipo de participación de la sociedad civil en la vida pública como ocurre en países como Estados Unidos, donde grandes empresarios como Bill Gates, Warren Buffett o Ted Turner sostienen que hay "una obligación moral" de devolver a la sociedad parte de lo que ella les ha dado. Ello ha hecho, precisamente, que en un país como Estados Unidos las donaciones durante 2015 alcanzaran la cifra récord de 373.000 millones de dólares, aunque ese tránsito pueda estar, lógicamente, bendecido por exenciones fiscales.

Hoy, los ciudadanos norteamericanos son los más generosos del mundo a la hora de hacer donativos, y de manera particular sus empresarios millonarios. La filantropía forma parte de su cultura por diversas razones entre las que no se quedan al margen las de carácter social, cultural e incluso religioso, y con ello han conseguido situar su nivel de investigación y desarrollo en niveles estratosféricos --que no marcianos--. Desde esa óptica, resulta difícil digerir las casposas afirmaciones que se han vertido en torno a la decisión del dueño de Zara y que, seguramente, tendrá el retorno que a él le resulte aceptable y que más le pueda beneficiar. ¡Faltaría más!

La filantropía en Estados Unidos ha alcanzado su máximo desarrollo, tanto en lo relativo a la magnitud de las cifras implicadas como en lo que se refiere a la sofisticación de sus formas institucionales. En ella se concentra un rasgo distintivo de su identidad cultural que rinde réditos indudables y que han hecho de ese país un fenomenal escaparate y un excelente experimento del que se pueden extraer lecciones relevantes en la medida en que todo ello repercute en su nivel de desarrollo y en su calidad de vida.

Mucho me temo que Podemos no está para tales sutilezas.