Ha sido perfectamente descriptible la ilusión que despertaban las elecciones que han devuelto a Pedro Sánchez el poder en su partido. Las alternativas eran Patxi López, de quien nada bueno se recuerda salvo haber sido lehendakari --gracias al sentido de la responsabilidad de Antonio Basagoiti, entonces jefe del PP vasco-- y Susana Díaz, muy rechazada, según los suyos, por ser andaluza y ser mujer, cuando en realidad ésas eran sus únicas bazas positivas: ser andaluza, donde el PSOE tiene el caladero de votos, y ser mujer, un plus para la mentalidad progresista. Pero esas bazas no le han bastado.

El futuro es imprevisible y no está escrito en ninguna parte que no le aguarden a Sánchez unos años de residencia en la Moncloa

Tienen motivos los analistas que se echan ceniza en la cabeza ante el regreso de Sánchez, pues ya tuvimos ocasión de verle derrotado una y otra vez por un PP abrasado por los escándalos de corrupción, y siendo cruelmente burlado por Iglesias, quien, proclive como es a besar morritos parlamentarios, dándole igual si de varón o de mujer, a él le hizo la cobra y la higa ostentosamente.

Es la victoria del "no es no", variante actual del baturro de cine que, cuando un tren se le echa encima pitando desesperadamente, exclama: "Chufla, chufla, que como no te apartes tú...". Recuerdo a Sánchez repitiendo los bonitos tópicos de nuestro lenguaje democrático con tal seriedad y énfasis que pareciera que eran cosas inauditas. Su discurso daba una sensación un poco robótica. Pero muy pocos políticos no dan hoy esa sensación. Y si es probable que, como presagian algunos, vengan tiempos de tribulación para los divididos socialistas españoles --e imagino que Rivera y Girauta ya deben de estar cavilando cómo sacar partido de la insoportable levedad del partido socialista--, el futuro es imprevisible y no está escrito en ninguna parte que no le aguarden a Sánchez unos años de residencia en la Moncloa.