Ya son varios los analistas serios que han calificado al presidente de Estados Unidos de “niño”: pero no como un niño gracioso y encantador, sino malcriado e irresponsable, caprichoso y terriblemente maleducado. Pero como el hombre cada día se supera a sí mismo, algunos empiezan a preguntarse incluso si está verdaderamente en sus cabales. Miguel Sousa Tavares, que es un escritor sólido y un analista de la actualidad siempre interesante, por bien informado y bien articulado, se ha convencido de que “definitivamente es un loco. Un loco peligroso”.

Desde luego yo no sé qué pensar de un presidente que llega a Jerusalén y dice que todos tranquilos, que de alcanzar un acuerdo de paz definitivo se va a encargar su yerno, Jared Kushner, “que es muy buena persona, y muy válido, créanme. Si él no consigue la paz, naaadie la logrará”.

A propósito de una anécdota de la semana pasada en Taormina (cuando los líderes del G7 caminaron unos cientos de metros hasta el emplazamiento acordado para una foto conjunta pero Trump, que desprecia el deporte y el ejercicio, prefirió esperar a que le llevase un carrito de golf, dando pie a una “imagen extraña y embarazosa”) y a la negativa del Donald a suscribir los acuerdos de París sobre el cambio climático, última esperanza de evitar la catástrofe ecológica, el economista Paul Krugman advierte de que “quizá Trump al final no nos desenchufe de verdad de París, o quizá habrá sido expulsado del escenario antes de que el daño sea irreversible. Pero también hay una posibilidad real de que la semana pasada fuese un momento crucial en la historia de la humanidad, el momento en que un líder irresponsable envió al mundo entero al infierno rapidito, a velocidad de cochecito de golf”.

El presidente del asombroso tupé es el más claro y transparente signo de los tiempos, y como ese signo se manifiesta cada día, preñado de amenazas y de tonterías y confusión, todos los periódicos del mundo deberían tener una sección fija sobre él

Para no resultar más cansino de la cuenta, para resistir la tentación de lo fácil, para desmarcarse de lo que hacen todos, algunos se resisten a escribir sobre Trump, pero es inútil. El presidente del asombroso tupé es el más claro y transparente signo de los tiempos, y como ese signo se manifiesta cada día, preñado de amenazas y de tonterías y confusión, todos los periódicos del mundo deberían tener una sección fija sobre él.

Algunos ya la tienen, por ejemplo The New York Times, según vengo observando. Cada día le dedica varios titulares, aunque no precisamente obsequiosos. Ayer a mediodía, por ejemplo, la portada en la edición digital llevaba, entre otras noticias, las siguientes: 1. “Recelosa de Trump, Merkel dice que EEUU son menos fiables”. 2. “A examen el papel de Kushner en la Casa Blanca mientras crece el caso Rusia”. 3. “Melania Trump: sus viajes con el presidente han sido como una fiesta de salida del armario, lo que puede ofrecer pistas de qué clase de primera dama puede llegar a ser”. 4. “Ambivalencia y armadura” (un álbum de 14 fotos analizando los vestidos que ha llevado Melania durante el viaje, haciendo hincapié en la chaqueta floral de Dolce & Gabbana que cuesta 51.000 dólares). 5. “La energía de Trump: baja y sucia” (el ya mencionado análisis de Krugman sobre la promesa electoral de Trump, imposible de cumplir, de crear cientos de miles de puestos de trabajo potenciando la extracción de carbón). 6. “¿Puede ser imputado un presidente de los EEUU?” (la Constitución incluye detalladas instrucciones para la destitución, pero no hay respuesta clara a la pregunta de si un presidente puede ser procesado por lo penal). 7. “El escudo de armas llevaba el lema ‘Integridad’, ahora dice ‘Trump’” (Trump se ha adueñado, y exhibe en todos sus resorts, hoteles y campos de golf, del escudo de una --indignada-- familia de la aristocracia británica). Etcétera, etcétera. Mañana, más.