A finales del mes pasado se inauguró en Moscú la reproducción, hecha a partir de fotografías de la época --pues el edificio original fue derruido-- del último apartamento de Mijaíl Bulgákov, donde vivió durante sus últimos seis años y donde escribió El maestro y Margarita y otras novelas y piezas teatrales. El lugar aloja también una exposición de objetos relacionados con su vida y su obra, como sus primeras publicaciones, las galeradas de Los días de los Turbín --la pieza teatral que Stalin vio varias veces seguidas y que quizá salvó la vida del escritor--, los objetos que llevaba en los bolsillos cuando murió, una entrevista en TV con su viuda, la prescripción del oculista para un monóculo, el monóculo mismo, una famosa fotografía del monóculo... y así hasta 700 fetiches relacionados con la vida de Bulgákov.

Esta exposición será el acontecimiento principal del programa de celebraciones del 125 aniversario del autor de El maestro y Margarita, programa que incluye representaciones teatrales, lecturas públicas, ciclos de conferencias y todas las ceremonias y conmemoraciones usuales en centenarios y quincuacentenarios, y que supone la tardía consagración oficial de Bulgákov en su país natal.

El pronunciamiento del concejal de la CUP sobre Lluch y la falta de empatía de Podemos con el adversario --en relación a Barberá-- me recuerdan la novela de Bulgákov Corazón de perro

Algunos acontecimientos anecdóticos de la política española de estos días, concretamente el pronunciamiento de un concejal barcelonés de la CUP que piensa que algo de razón tenían los asesinos de Ernest Lluch, o esa llamativa falta de empatía con el adversario --o siquiera de elegancia elemental-- que demostraron los congresistas de Podemos incapaces de guardar un minuto de silencio por la encausada Rita Barberá, que tras declarar ante el juez acababa de morir literalmente de angustia, me recuerdan una magnífica novela breve de Bulgákov, obra maestra hilarante, publicada en 1925 bajo el título de Corazón de perro. Ojalá no se me interprete al pie de la letra, no estoy sugiriendo que los mencionados políticos de la nueva hornada sean perros.

En las primeras décadas del siglo XX, como ahora en las primeras décadas del siglo XXI, Europa asistía a un fantástico progreso científico y técnico, y en sintonía con él estaban de moda las ficciones pseudocientíficas, como los hombres invisibles y guerras de marcianos en las novelas del británico H.G. Wells, o las sustancias atómicas y robots del checoslovaco Karel Capek, entre otras especulaciones, a menudo protagonizadas por sabios excéntricos e inventores cáusticos a los que algo les salía terriblemente mal. En Rusia, en su sátira de 1925 contra el llamado "nuevo hombre soviético", Bulgákov imaginó a un doctor inteligentísimo aunque algo descuidado que con la intención de experimentar con posibles mejoras de la raza humana implanta en el cerebro de un perro callejero, al que llama Sharik, una glándula pituitaria humana, sin preocuparse de que el cadáver del que procede la glándula sea el de un alcohólico crónico y simpatizante de los bolcheviques.

La novela es muy adecuada para relativizar el fastidio que causan los ladridos de las jaurías de los Shariks de hoy día

Para consternación del buen doctor, en vez de convertirse en un perro muy inteligente, Sharik se va rápidamente transformando en un hombre, gamberro y estúpido, desprovisto de humanidad e incapaz de aprender modales, un repulsivo bolchevique de base, que en seguida consigue vestirse con la cazadora de cuero negro característica de los comisarios políticos. Aunque el doctor y su equipo intentan enseñarle a comportarse con un mínimo de urbanidad, sus esfuerzos son inútiles pues siempre vence la naturaleza tosca y bestial, primitiva, agresiva y ordinaria, como tendría que comprobar el pobre Bulgákov en su vida personal, que fue un calvario. Una novela espléndida y muy divertida para conmemorar su aniversario. Muy adecuada para relativizar el fastidio que causan los ladridos de las jaurías de los Shariks de hoy día. Sobre cuyo comportamiento y formación supongo que algo de responsabilidad tenemos las generaciones que les precedemos.