Carlos Solchaga, ministro de Industria en el primer Gobierno de Felipe González, fue el encargado de pilotar la reconversión industrial, un plan de choque que se prolongó durante más de una década y que dio una vuelta de calcetín a sectores maduros tan importantes como la construcción naval, la minería, el textil y la siderurgia, además del energético.

Este hombre, la cara del Estado en ese largo y conflictivo periodo de la historia reciente del país, escribió en sus no-memorias (El final de la edad dorada) que, en realidad, a partir de la globalización, la capacidad real de un Gobierno para incidir en la economía de un país es mínima.

Aun creyéndole, es evidente, como demuestra su propia trayectoria política, que la Administración no puede quedarse de brazos cruzados y dejar que el mercado sea el único regulador de la actividad. 

En ese sentido, es difícil entender la indolencia con que el Gobierno se comporta con la primera industria del país: el turismo. Están pasando muchas cosas en este terreno. Hace unos días hemos sabido que siguen aumentando las visitas de turistas extranjeros, un 10,2% hasta octubre; pero que el gasto lo hace en menor medida, un 8,4%. Y eso ocurre porque las estancias son más breves, de modo que el desembolso por viaje cae. O sea, que el sector trabaja a volumen.

Pero, a la vez, los hoteleros suben precios. Por eso, el gasto en alojamiento de quienes vienen al país ha crecido en ese mismo periodo el 11,5%. Es una noticia positiva porque puede ser el camino para mejorar la productividad del sector.

EEUU recibió 75 millones de turistas que gastaron 178.000 millones de dólares, mientras que los 68 millones que viajaron a España se dejaron 57.000 

Según los datos de la Organización Mundial del Turismo (OMT), EEUU recibió el año pasado 75 millones de turistas que se dejaron 178.000 millones de dólares, mientras que los 68 millones que viajaron a España se gastaron 57.000 millones. La enorme distancia entre esas cifras es suficientemente explícita del problema de este país.

En Barcelona, por ejemplo, la subida de precios ha sido patente, y aún será mayor con la moratoria municipal. Pero el dato encierra a su vez otro problema: por primera vez en la historia, la primera cadena hotelera de la capital catalana no es española. Tras la adquisición de Starwood, Marriott es líder en la ciudad con una oferta de casi 3.000 habitaciones, el 8% del total. El porcentaje puede parecer bajo, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta la atomización de este negocio en Cataluña, donde casi todas las empresas son familiares.

¿Y qué hacen los hoteles con los ingresos extras de esas subidas? Desde luego, no mejoran el servicio, según se deduce de las continuas denuncias de sus empleados: desde las camareras de piso a los recepcionistas. Todos los huéspedes han visto cómo, además de incrementar las tarifas los establecimientos, retrasan la hora de entrada en las habitaciones para que, sin ampliar la plantilla, las limpiadoras tengan más tiempo para prepararlas. Lo curioso es que los hoteles no solo no contratan a más empleados, sino que externalizan.

Un abuso. No hay otra manera de definir una práctica que en absoluto contribuye a mejorar la oferta turística, sino a engordar los avariciosos bolsillos de sus accionistas en lugar de robustecer el sector.

(Efectivamente, existe un ministro de Turismo. Es el titular del Ministerio de Energía, Turismo y Agenda digital, y se llama Álvaro Nadal.)